Eran las 4 de la tarde, y como todo los viernes primero de cada mes, sacó de la caja donde guardaba su sombrero Borsalino preferido, el de color beige que tenía la cintilla color carmesí, el mismo que tambien le gustaba mucho a Juanita, su bastón con empuñadura de plata en forma de cabeza de águila y el rosario de madre perlas que su querida Juanita siempre rezaba por las tardes del Viernes primero de cada mes.
Realmente el camino de su casa al panteón no era tan largo ni tortuoso, pero con sus 86 años a cuestas, Don Anastasio sentía que, con cada paso dado lo acercaba un poco mas a la muerte, pero no le importaba, de echo, lo hacia con mucho cariño, llegó hasta la fonda de Don Melquíades y se recargo en la pequeña barrita de madera tallada que daba a la calle, donde a veces el y Don Melquíades se ponían a platicar de la vida y a jugar domino, cuando empezaba a caer la tarde, a la hora en que el calor se disipa con el aire fresco que baja por la cañada, olvidándose un poco de los achaques que los años les habián traído, saco su pañuelo bordado con hilos de oro y se seco el sudor que ya había poblado con gotas gordas y saladas sobre su frente.
--no me había dado cuenta que ya es Viernes Tacho--, le dijo afablemente Don Melquíades, --si Meco, ya es viernes y tengo que ir a ver a mi novia--, le contesto con un poco de dificultad Don Anastasio, --si, y me dijo Doña Paquita que pasaras a su tienda, ya te tiene el arreglo de flores, ¿Cuántos van ya Tacho?— pregunto Don Melquíades, -- treinta Meco, hace treinta años que se fue mi amada Juanita--, dijo Don Anastasio, y por unos segundos el rostro se le rejuveneció al evocar esos recuerdos, -- pues apurate y cuando regreses vienes para aca, me acaban de llegar unos buenos puros de San Andrés y unas botellas de buen tinto Riojilla, como a ti te gustan--, Don Anastasio asintió y una sonrisa se le dibujo bajo su poblado mostacho blanco.
Con un poco mas de dolor en sus pies, llego a la tienda de flores de Doña Paquita, --ya le tengo sus flores Tachito—le dijo Doña Paquita, --gracias Paquita, ¿pero ahora si me las cobrara?--, --no, como cree Tachito, para Juanita las flores siempre serán regaladas, acuérdese de que ella vio mucho tiempo a mi Lupe cuando yo dure tirada en la cama por ese mal de ojo que me echo mi prima Rutila--, --¿Cuántas veces le tengo que decir Paquita que no era mal de ojo?, fue una embolia que le dio por culpa de los corajes que las borracheras de Chon la hacían pasar.--, --pos será el sereno, pero la Rutila siempre me tuvo envidia porque ella no pudo tener hijos—, al terminar de decir esto, Doña Paquita sintio algo de verguenza con Don Anastasio y se santifico en memoria de su prima Rutila que ya hacia diez años que había muerto. –esta bien Paquita, otra vez las aceptare gratuitamente y le diré a Juanita que usted se las manda con mucho cariño—, se despidió Don Anastasio y retomo el camino al panteón.
Llego al panteón, se notaba la dificultad que tenia para dar más pasos, recónditamente, siempre guardo la esperanza de que alguno de sus hijos lo ayudara en caso de ya no poder cumplirle a su amada Juanita, pero desafortunadamente nunca pudieron tenerlos. --¿Cómo esta doctorcito?--, la voz de Zacarías, el velador del panteón lo trajo de nuevo al presente, --bien Zacarías, aquí con estos achaques que no me dejan cumplirle a mi novia--, -- no se preocupe, espereme ahí, ahorita lo llevo--, Zacarías se monto en la bicicleta con triciclo que utilizaba para llevar las palas y los talaches cuando tenia que cavar una fosa, -- no, Zacarías, capaz que me caigo--, no se preocupe doctorcito, ahí nos vamos al pasito--. Zacarías lo llevo despacio por los pasillos que llevaban hasta la tumba de su esposa.
Llegaron a una tumba que contrastaba enormemente con las de su alrededor, por el detalle en su cuidado y por las azaleas, claveles, manos de león y pensamientos frescos que tenia en sus dos floreros, era una tumba de mármol blanco, se veia a leguas que alguien siempre tenia mucho cuidado en preservarla así. Don Anastacio, ayudado por el buen Zacarías bajo con dificultad de la bicicleta, --gracias Zacarías--, le dijo muy emocionado Don Anastasio, --no se preocupe doctorcito, para eso estamos--, --no hijo, lo digo por mantener siempre bonita la tumba de mi Juanita--, -- no doctorcito, usted sabe que mi Tía Juanita siempre me quiso mucho, y esto es lo menos que yo puedo hacer por ella, bueno doctorcito voy a estar aquí cerca para cuando ya se quiera ir, lo dejo para que platique a gusto con su novia— guiñándole un ojo se retiro el bueno de Zacarías.
Don Anastasio se hinco con mucho sufrimiento al pie de la tumba, y saco de la bolsa derecha de su chaleco blanco el rosario de madre perlas, pero no lo rezo, el era un hombre de ciencias, no creía en Dios y aceptaba la muerte como un echo biológico natural, pero aun así, sabia que el amor que le profesaba a su amada, podía rebasar con creces cualquier oración que le pudiera dedicar. Su pensamiento regreso treinta años a la noche cuando llegaron tocando a su puerta, el, aun tenia el consultorio medico, llovía a cantaros, pero lo necesitaban con urgencia en la finca de el Cacique Pantaleón porque se estaba muriendo, a el no le caía bien por lo injusto que era, pero tenia que ir, se despidió con un beso de su Juanita y le dio un beso en el vientre donde su amada llevaba el fruto de su amor, se marcho bajo la lluvia y no regreso hasta la madrugada, encontró a su Juanita muerta, en medio de un charco de sangre y placenta, el niño, porque era niño, se había adelantado un mes y el no pudo estar para hacer algo. Nadie lo culpaba, y el mismo Cacique Pantaleón al enterarse de aquello, mando a traer la lapida y la capillita de la tumba desde la capital, mando a grabar el rostro de Juanita en el mármol blanco de la lapida, y tambien le mando a decir a una misa a perpetuidad en el Vaticano. Una lágrima resbalo por su mejilla y al llegar a su blanco mostacho, este la absorbió rápidamente, el sabia que no se debería culpar de nada, pero la extrañaba tanto.
Le hablo a Zacarías para que lo ayudara a levantarse, y supo de inmediato que ese tal vez fuera el último año que le cumpliría a su novia. El buen Zacarías lo llevo en su bicicleta hasta la fonda de Don Melquíades, al verlo Don Meco, se apronto para ayudar a bajar a Don Tacho, y se sentaron en la pequeña barrita de madera tallada, don Melquíades saco el domino, dos puros Hoyo de Caza de San Andrés, dos vasos y el vinillo tinto de Riojilla, justamente cuando empezaba a caer la tarde y el calor se disipa con el aire fresco que baja por la cañada.
7 comentarios:
Ay, se me encogió un poquito el corazón
hay gente mayor que lo unico que los mantiene vivos es visitar a la gente que se les adelanto........
y si esta con madre........
Que bonita historia, eres un tipo de contrastes.
Interesante escrito para leerlo mientras me quitan mis canas ;)
Chingones los ancianos como siempre. Saludos carnal.
La neta me dio hueva leer el post, mañana lo leo, pero ya compa ya estan las pedas para esas fechas que vienes por aca, saludos y un abrazo de machines eh, no se aputangue.
muy chido su post compadre!
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