La bruma aun no se acababa de asentar del todo en ese pequeño remanso del rió, pero su cabello ya estaba lo bastante húmedo como para pegársele en sus hombros y espalda.
El ocaso ya estaba cerca, ya se podía otear en el ambiente el aroma a tierra mojada y escuchar la alharaca de los pericos --apretujándose entre las copas de los árboles para pasar la noche--; sin embargo ella no quería irse; decían que precisamente en esa porción del rió donde ella estaba, se podía ver la mejor puesta del sol de todo el mundo, y simplemente quería comprobarlo, también decían otra cosa de ese remanso donde ella estaba, pero no lo creía.
Escucho el sonido de una leve respiración a su espalda, volteo, más curiosa que asustada –- a sus cuarenta años, y por la vida difícil que le había tocado, realmente ya poco le asustaba--, no vio nada, sin embargo, todo el ambiente se lleno de una rara mezcla de mixturas, de un perfume acre y dulce.
La bruma ya había bajado del todo, la humedad empezaba a formar pequeñas gotas de roció en toda su piel, mientras se acentuaba mas ese perfume raro que jamás había olido; una rara pesadez, acompañada de una exquisita sensación sexual la empezaba a embriagar lentamente, y aumentaba cuando las gotas se deslizaban por su vientre y bajaban a su entre pierna, se sintió casi al punto de un vagido, empezó a escuchar de nuevo esa leve respiración, pero entre mas se excitaba, la respiración se tornaba mas profusa y el perfume se volvía mas exquisito, mas desquiciante, era como si una persona que no fuera ella, tomara el control de su cuerpo e hiciera que sus caderas se empezaran a mover al ritmo de la respiración; sus manos apretaban sus pechos, los pellizcaban y estiraban, y ya no podía controlar mas su cuerpo, ni sus gritos. De pronto sintió que la respiración y el perfume estaban dentro de ella, y explotaban por todos los poros de su piel, en una completa armonía con sus quejidos y la cadencia de sus caderas, después la nada…..
Don Cipriano, el velador del hotel, la encontró ya entrada la noche, la cubrió con su gabán de lana, y la llevo a su casa, la esposa de Don Cipriano le dio una ollita de barro con caldo de gallina bien caliente, ella lo bebió despacio, tenia muchas preguntas en la mente, pero aun no sabia a ciencia cierta si estaba soñando, si todo lo demás fue un sueño, incluso no sabia si ya era ella misma o la otra persona, la que tomo su lugar en el rió.
Lentamente fue tomando conciencia de quien era y de donde estaba, y cuando al fin pudo recordar bien a bien todo lo que había pasado, volteo rápidamente a ver a Don Cipriano, este, al ver su expresión, la tomo dulcemente de las manos y le dijo: fue el Nahual.