jueves, agosto 14, 2014

Hace poco mas de una década, sentado en la barra de un bar de marinos, en la parte mas lúgubre de un muelle del puerto de Veracruz, estaba el de los dedos que escriben esperando noticias, ya no me importaba si fueran buenas o malas, de cualquier modo, según lo veía yo, la buenas noticias eran malas y las malas eran peor. Solo espera con ahínco escucharlas; estando en un grado alcohólico medio para soportar las malas o poder reaccionar y hacer lo correspondiente si fueran buenas, pero sabia que tardaría un poco mas de tiempo en sonar mi celular para darme por enterado.

Apunto estaba de darle un trago largo a  mi octava cerveza, note que no había fumado un solo cigarro desde que pedí la primera, y de eso ya hacia dos horas y media; saque la cajetilla de la bolsa interior de mi rompevientos verde Náutica y encendí uno, a mi costado escucho una voz: ¿no seria tan amable su merced en regalarle un pitillo a un viejo marino caído en la desgracia?, Por primera vez desde que me senté en el banco frente a la barra, me percate de que, el que momentos antes pensé que era un fardo olvidado por alguien, se trataba de un viejo sujeto, y de eso ya hacia dos horas y media.

Sin decir palabra alguna (pues no estaba de humor para entablar una conversación) le deslice con indiferencia la cajetilla de cigarros por la barra, tomo uno y se puso de pie para regresármela en la mano, volvió a su banco y no dijo nada. En un momento dado, a mitad de mi octava cerveza, me sentí un poco avergonzado por mi actitud, si bien no estaba de humor, tampoco debí de haberme portado tan  grosero con el viejo; -- sírvale otro igual al caballero--, le dije al cantinero; enseguida el cantinero puso frente al viejo marino caído en la desgracia un vaso (que me recordó a los vasos de las veladoras que le enciende mi mamá a San Judas Tadeo), servido hasta casi el tope de un liquido marrón que dude mucho que fuera whisky.

El viejo, que había escuchado todo, se volvió hacia mi y levanto el vaso que recién le habían servido y me dijo (palabras más, palabras menos): buen hombre, hace un momento, después de que muy amablemente me regalo un pitillo, pensé que solo ese calor me iba a servir como cobijo esta noche, pero gracias a su bondad, con este aguardiente voy a dormir en las mismísimas puertas del infierno infierno,  me sonrió, mostrándome las encías casi vacías de su boca y se trago su aguardiente de un solo jalón.

El celular sonó casi al cuarto para las diez de la noche, deje que sonara cuatro veces y conteste, al otro lado de la línea, la voz de una mujer me daba buenas noticias, que de cualquier forma eran malas; le conteste ok y colgué.
Suspire hondamente, las noticias eran buenas para mí, pero malas para ella, como dije: fueran buena o fueran malas, igual iban a ser desastrosas para alguien, y este caso no lo fueron para mí.

Ya más tranquilo, y liberado de una carga emocional que venia arrastrando por casi tres meses, le pedí mi doceava cerveza al cantinero, de reojo vi al viejo marino caído en la desgracia que abandonaba su banco frente a la barra y se enfilaba hacia la salida --¿a donde va que mas valga cabron?—casi a grito abierto le espete  al viejo, el pobre se asusto con mi pinché voz de norteño encabronao, se regreso y se sentó en una banco mas cerquita de mi, -- pórgale dos botellas de lo mismos al  caballero--,  le grite al cantinero, el cantinero dudo casi por diez segundos, los mismos diez segundos que me tarde en sacar un billete de a cien dólares de mi cartera.

--Haber don viejo, ya estoy en ambiente, cuénteme su vida--. Don Arturo, me contó su vida, salimos como a las cuatro de la mañana  de ese bar de marineros que esta en lo mas lúgubre de un muelle del puerto de Veracruz, nos emborrachamos y le deje que se quedara en el piso del cuarto de mi hotel. Cuando me desperté, a las 8 de la mañana, baje al bar a tomarme dos aspirinas y una caguama para la cruda, le dije al mesero que en mi cuarto estaba durmiendo una persona, le dije que lo dejara dormir hasta que cerrara mi cuenta, le di cien pesos para que le mandara un buen desayuno y le di cien pesos de propina al mesero para que no se fuera a ir de gandalla con el viejo.

Pero antes de irme al bar esa mañana, Le metí un billete de doscientos pesos en la única bolsa del pantalón que no tenia rota el pobre marino caído en la desgracia, le deje los cuatro cigarros que tenia en la cajetilla, y abrí el frigo bar, le metí en las bolsas de su yompa de PEMEX como 8 botellitas de licor.


El martes legue a Monterrey, y las buenas noticias fueron malas noticias para alguien…
Segundo tras minuto, minuto tras hora, hora tras cigarro. Otra noche en vela que se me viene encima; otra noche en vela solitario.

Como fiel perro guardián --escrutando cada pixel del monitor--, los audífonos pegados a la oreja escuchando la noche y a las almas en pena en busca de socorro.

Tras la ventana, a lo lejos las montañas con su ribete de niebla, como antiguos gigantes barbados que me desafían a emular sus hazañas heroicas. El monitor, en un segundo parpadea la señal, se activa la alarma, suena el bit en mis orejas: un robo, alguien en peligro, lo pueden matar y en mis manos esta la ayuda.

Tiemblo de miedo imaginar que me pueda quedar dormido...