martes, noviembre 21, 2017



Hoy me desperté con el  recuerdo más frágil y preciado de la infancia: una tarde nublada del mes de abril, cuando mi madre me dijo  que nos íbamos a vivir a Monterrey  hace 36 años, no le pregunte porque, en el fondo, tristemente,  sabía la razón.

Es cierto  que los recuerdos felices, si acaso los recuerdas vagamente, o tal vez  los tergiversas,  se olvidan fácilmente, pero los tristes nunca. Fue una tarde de abril,  recuerdo perfectamente  el mes porque en las ramas del almendro --que tantas tardes me cobijaban con su fronda y otras más trepe--, las hojas ya se estaban pintando de color rosado y sus frutos ya empezaban a madurar. Bajo su rama más gruesa, mi padre había colgado un columpio para nosotros, sus hijos, pero para esa etapa de la vida, yo era el único que lo utilizaba.

Supongo también que debería de haber sido lunes o martes, porque estaba leyendo un comic que no acabe de leer el domingo cuando era mi día de comprarlos en el puesto de la entrada de la colonia.

Cuando se fue mi madre, después de darme la noticia, deje el comic en la caja donde guardaba los otros y me empecé a mecer en el columpio (cosa que raramente  hacía), en esa tarde nublada del mes de abril, pensé que mi vida iba  a dar un cambio muy radical (tal vez ese fue el  primer pensamiento maduro que tuve) y me dio mucho miedo.

Ya no seguí leyendo mis comic, solo me quede columpiando, cuando mi mamá me hablo para cenar, trepe al árbol y lo abrace muy fuerte y llore mucho.


 Esa noche no cene, fui a mi cuarto, busque una almohada y una cobija, baje y le dije a mi mamá que me iba a dormir en el árbol de almendras, ella no me lo prohibió, ambos teníamos nuestras razones…

martes, noviembre 07, 2017



Hoy tuve que sacar a pasear a mi hielera porque ya le andaba....

viernes, noviembre 03, 2017

Las hermanitas...