jueves, febrero 03, 2011

“A veces, tendemos a idealizar los lugares y a las cosas, lo cierto es que si no lo hacemos, nuestra breve memoria infantil se iría borrando, y al final, ya no sabremos quienes fuimos ni de dónde venimos”.



Cuando llegue, un enjambre de mariposas rondaba en mi estomago – siempre me pasa cuando llego a un lugar largamente añorado--, vi mi vieja colonia muy sucia, muy abandonada a el salitre del mar, y a la lluvia negra de la contaminación permanente por estar muy cerca de las refinerías de petróleo.

Aquella esplendorosa colonia que mi memoria infantil recordaba con mucho cariño, ya no estaba, en su lugar había una tétrica sombra de lo que fue, las casas aun estaban de pie en su sitio, pero les faltaba el brillo de los años maravillosos de mi infancia, supongo que las personas que vivían en ellas, se llevaron algo de ese brillo al irse muriendo.

Recordaba gigantes sus cuadras, inmensas sus plazas y floridos sus jardines, pero ya nada hay de eso, recorrí a pie sus calles, saludaba a quienes recordaba, muchos ya han muerto, muchos ya no viven ahí y muchos ya no me reconocieron, pero los que si lo hicieron, me llamaban Miguelito; gracias a Dios, aun pude alcanzar a ver a Doña Nacha y a sus 104 años que le han quitado movilidad a su cuerpo, pero que poco han menoscabado su memoria, se acordó de mi y no pude evitar llorar mientras me daba la bendición cuando me despedía de ella.

En fin, breve fue mi visita por mi antigua colonia, pero a pesar de no ser la que yo recordaba, mi imaginación la cambio y me pude ver de 7 años corriendo por sus calles con los viejos amigos-- con los muertos y con los vivos--, con ese esplendor antiguo, con ese olor a naranjos y tulipanes de sus calles.