Hace poco mas de una década, sentado en la barra de un bar de
marinos, en la parte mas lúgubre de un muelle del puerto de Veracruz, estaba el
de los dedos que escriben esperando noticias, ya no me importaba si fueran
buenas o malas, de cualquier modo, según lo veía yo, la buenas noticias eran
malas y las malas eran peor. Solo espera con ahínco escucharlas; estando en un
grado alcohólico medio para soportar las malas o poder reaccionar y hacer lo
correspondiente si fueran buenas, pero sabia que tardaría un poco mas de tiempo
en sonar mi celular para darme por enterado.
Apunto estaba de darle un trago largo a mi octava cerveza,
note que no había fumado un solo cigarro desde que pedí la primera, y de eso ya
hacia dos horas y media; saque la cajetilla de la bolsa interior de mi
rompevientos verde Náutica y encendí uno, a mi costado escucho una voz: ¿no
seria tan amable su merced en regalarle un pitillo a un viejo marino caído en la
desgracia?, Por primera vez desde que me senté en el banco frente a la barra,
me percate de que, el que momentos antes pensé que era un fardo olvidado por
alguien, se trataba de un viejo sujeto, y de eso ya hacia dos horas y media.
Sin decir palabra alguna (pues no estaba de humor para entablar
una conversación) le deslice con indiferencia la cajetilla de cigarros por la
barra, tomo uno y se puso de pie para regresármela en la mano, volvió a su
banco y no dijo nada. En un momento dado, a mitad de mi octava cerveza, me
sentí un poco avergonzado por mi actitud, si bien no estaba de humor, tampoco
debí de haberme portado tan grosero con
el viejo; -- sírvale otro igual al caballero--, le dije al cantinero; enseguida
el cantinero puso frente al viejo marino caído en la desgracia un vaso (que me
recordó a los vasos de las veladoras que le enciende mi mamá a San Judas Tadeo),
servido hasta casi el tope de un liquido marrón que dude mucho que fuera
whisky.
El viejo, que había escuchado todo, se volvió hacia mi y levanto
el vaso que recién le habían servido y me dijo (palabras más, palabras menos):
buen hombre, hace un momento, después de que muy amablemente me regalo un
pitillo, pensé que solo ese calor me iba a servir como cobijo esta noche, pero
gracias a su bondad, con este aguardiente voy a dormir en las mismísimas
puertas del infierno infierno, me
sonrió, mostrándome las encías casi vacías de su boca y se trago su aguardiente
de un solo jalón.
El celular sonó casi al cuarto para las diez de la noche, deje que
sonara cuatro veces y conteste, al otro lado de la línea, la voz de una mujer me
daba buenas noticias, que de cualquier forma eran malas; le conteste ok y colgué.
Suspire hondamente, las noticias eran buenas para mí, pero malas
para ella, como dije: fueran buena o fueran malas, igual iban a ser desastrosas
para alguien, y este caso no lo fueron para mí.
Ya más tranquilo, y liberado de una carga emocional que venia
arrastrando por casi tres meses, le pedí mi doceava cerveza al cantinero, de
reojo vi al viejo marino caído en la desgracia que abandonaba su banco frente a
la barra y se enfilaba hacia la salida --¿a donde va que mas valga cabron?—casi
a grito abierto le espete al viejo, el
pobre se asusto con mi pinché voz de norteño encabronao, se regreso y se sentó
en una banco mas cerquita de mi, -- pórgale dos botellas de lo mismos al caballero--, le grite al cantinero, el cantinero dudo casi
por diez segundos, los mismos diez segundos que me tarde en sacar un billete de
a cien dólares de mi cartera.
--Haber don viejo, ya estoy en ambiente, cuénteme su vida--. Don
Arturo, me contó su vida, salimos como a las cuatro de la mañana de ese bar de marineros que esta en lo mas
lúgubre de un muelle del puerto de Veracruz, nos emborrachamos y le deje que se
quedara en el piso del cuarto de mi hotel. Cuando me desperté, a las 8 de la
mañana, baje al bar a tomarme dos aspirinas y una caguama para la cruda, le
dije al mesero que en mi cuarto estaba durmiendo una persona, le dije que lo
dejara dormir hasta que cerrara mi cuenta, le di cien pesos para que le mandara
un buen desayuno y le di cien pesos de propina al mesero para que no se fuera a
ir de gandalla con el viejo.
Pero antes de irme al bar esa mañana, Le metí un billete de
doscientos pesos en la única bolsa del pantalón que no tenia rota el pobre
marino caído en la desgracia, le deje los cuatro cigarros que tenia en la
cajetilla, y abrí el frigo bar, le metí en las bolsas de su yompa de PEMEX como
8 botellitas de licor.
El martes legue a Monterrey, y las buenas noticias fueron malas
noticias para alguien…